El mundo era pequeño, bonito y
simbólico; y bajaba por la acera de la Calle Tres. No llevaba nada más
que su maletín, colgado al cuello con gesto de desaire. Arrastraba tras
de sí un rastro bello de flores marchitas que, pudriéndose, desglosaban
gusanos de metal de ricos magnates de oro. Y era tal su esplendor que
todo a su alrededor callaba, muriéndose en una burbuja de vano silencio.
Pútrido silencio. Cruel silencio. Salvaje silencio.
Silencio.
Silencio era el nombre del mundo bonito, pequeño y simbólico, que como
cada noche volvía de visitar la esquina de las zorras de al lado.
Pero entonces explotó, y de sus palabras brotaron cenizas que ardieron y que las mató el fuego de su estupidez.
No sufras, Silencio. No eres tú: ser mundo es cruel. Pero algún día despertarás, y los gusanos se tornarán mariposas.
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